Medio día, otoño, una ciudad de mediano tamaño en la que dos amantes están a punto de despedirse.
Un parking, entre sus dos coches y al ir a decirse adiós, se funden en besos, en caricias que se pierden entre las ropas, una mano que sube por los muslos arrastrando su falda, busca la humedad deliciosa del sexo que tanto desea, y con sus dedos arranca un orgasmo que retumba en aquella planta casi desierta.
De vuelta a casa, el recibe un mensaje: "He tenido muchos amantes, pero hasta hoy, ninguno había conseguido que me corriera con sus dedos".
Quizás fue porque aquellos amantes sólo pensaron en su placer, y no en el placer de ella.
Y mucho menos, en el placer que supone dar placer.