Habíamos follado como salvajes, descargando la tensión acumulada en semanas de correos y conversaciones, casi sin preámbulos, casi con prisa. Nos habíamos corrido como si nos fuera la vida en ello, rápida e intensamente. Pero teníamos tiempo, mucho más tiempo.
Todavía sudoroso me levanté y fui al baño. Abrí el grifo del agua caliente y llené la bañera. Fui a buscarte a la cama. Reposabas desnuda, la mirada pícara fija en mi, la boca dibujando una media sonrisa. “Ven”.
Fuimos juntos al baño. Te metiste en el agua y yo en frente. Había sitio de sobra. Nos quedamos unos segundos en silencio, pero pronto comenzamos a charlar de todo lo que nos habíamos escrito, de lo que nos gustaba, de lo que no.... Bajo el agua mis manos acariciaban tus piernas, tus muslos. Te dejabas hacer. Veía perfectamente tus tetas, tus pezones que asomaban fuera del agua de vez en cuando con tu respiración. Tu veías mi polla bajo el agua, semirígida, animada por tu visión y la conversación.
Entonces comenzaste a juguetear con tus manos en tus pezones. Me mirabas pícara. Sabías que con eso iba a ponerme a mil. Pasaste una mano por tu vientre, bajando hacia tu coño. Abriste un poco más las piernas. Me dijiste “tócate tu también”. Comencé a acariciar mi capullo, sin dejar de mirarte ni un segundo. Verte así, que me vieras, me estaba poniendo a mil.
Seguimos un buen rato, hasta que te diste la vuelta y te pusiste a 4 patas dentro del agua. Tu culo sobresalía, y tu seguías con una mano acariciándote. Me acerqué, y separé tus nalgas. Acerqué mi lengua y comencé a lamer el espacio entre ellas. Tu culo me esperaba cuando me acerqué y lo rodeé, lo lamí, lo penetré, primero con la lengua, luego con un dedo.
El espacio de la bañera se quedaba pequeño y, sin apenas secarnos, fuimos a la cama.
“Túmbate” me dijiste.
Obedecí. Te colocaste entre mis piernas abiertas, y te agachaste a lamer mis testículos. Succionaste uno, otro, mientras tu dedo dibujaba un camino por mi vientre, mi pubis, la base de mi polla. Te agachaste más, me obligaste a abrirme más y temblé de placer al sentir tu lengua jugueteando por la entrada de mi culo. Lamiste y lo humedeciste bien, antes de recorrer lamiéndome toda mi polla hasta alcanzar mi capullo. Lo besaste, lo lamiste, lo tragaste y lo succionaste mientras me retorcía de placer.
Pero no íbamos a terminar así, al menos no ahora. Tu querías más. Te incorporaste y subiste a sentarte en mi cara. Tu culo y tu coño al alcance de mi boca. Comencé a lamer mientras tu acariciabas tus pezones duros. Recorría el espacio de tu clítoris a tu vagina, follaba con mi lengua tus dos agujeros, entraba todo lo que podía... hasta que te sentiste lista. Ensalivaste bien mi polla, y para mi sorpresa, te sentaste sobre ella, acoplándome en tu culo despacio, lento. Comenzaste a moverte así, sobre mi, despacio, delicada y deliciosamente, mientras te acariciabas el clítoris.
Comenzamos a jadear juntos, acompasados. Y, así, gozamos de nuestro segundo orgasmo juntos.
Aun no te habías retirado de mi, cuando me acerqué a tu oído y te susurré: “queda mucho tiempo. Y yo aún quiero disfrutarte más”.
