Dormitábamos en la siesta cuando comenzamos a acariciarnos, despacio, casi perezosos. Nuestras bocas se buscaban, pero eran nuestras lenguas las que se encontraban, se lamían, y poco a poco nos despertaban del sopor de la tarde.
Nuestras manos se adentraron bajo las sábanas y con leves roces comenzaron a despertar nuestros sexos de varios días de inactividad casi total. Ella entreabrió sus piernas permitiéndome acarciar con las yemas de mis dedos todo su coño.
Sentí sus primeros jadeos y me volví hacia mi mesilla. Saqué el virador que nunca había querido utilizar, y lo conecté. Ella me miró un poco perpleja, pero se dejó hacer.
Lo acerqué a su rajita entreabierta y lo deslicé suave y lentamente, recorriéndola entera, hasta parar en su clítoris. Saqué el tubo de lubricante y puse una pequeña cantidad en la punta para que se deslizara mejor, y aceleré un poco la velocidad del vibrador.
Ella comenzó a gemir, y se dejó seducir por el juguete que había tenido olvidado y casi despreciado en la mesilla por tanto tiempo, y aunque no terminamos de explorar todas las posibilidades del aparato, ya que se incorporó y se sentó sobre mi para que terminara con mi lengua mientras ella me comía la polla en un delicioso 69, creo que pronto os podré contar más historias con nuestro nuevo amigo.