El vídeo estaba editado para que apenas duraba 5 minutos: su mirada pícara, al principio con una falda que se levanta despacio para enseñarme cómo comienza a acariciarse, luego un juguete que lame, siguiente escena con menos ropa, el dildo sujeto con una ventosa al suelo, se agacha, se lo clava, se folla, se corre y se ríe al final susurrando entre jadeos “te echo de menos”.
Lo veo una vez más. Y otra. Y otra… hasta que al escuchar por cuarta o quinta vez su orgasmo me derramo sobre mi vientre entre espasmos y sonidos entre los que se quiere entreoír su nombre.
Regalos que pudieron ser o que quizás fueron…
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